miércoles, 25 de enero de 2012

Noche de diablos (3/3). El final.

Para Geraldo la violencia carece de sentido si no hay una provocación previa. Sabía que eso era lo que le separaba de los tipejos que conoció en el correccional. Y sabía que ahí dentro aguantaría un tiempo pero que finalmente su timidez le convertitía en la víctima perfecta de las reyertas del patio y las transacciones del comedor. No sabía cómo sobreviviría a todos aquellos intercambios. Intercambios de favores, de insultos, de amenazas, de rumores, de sustancias. Aquello le dejaba paralizado. Pero entonces se le acercó Pete, le dio un apretón de manos y le miró a los ojos para decirle que no tenía nada de qué preocuparse, que él le protegería. Disimuladamente se lo agradeció y, desde entonces, no se separó de él. Salieron prácticamente a la vez y Pete le propuso un trabajo, el del almacén, sería rápido, limpio y sin sangre, algo fácil para ser el primero.
Ahora entran en ese lugar que no conoce, húmedo y siniestro, sin apenas iluminación y con un fuerte olor a algo parecido a detergente, irritaba sus fosas nasales. Las paredes del almacén estaban desconchadas y jalonadas con huellas de humedad. Nota el peso del arma en su pantalón y le incómoda enormemente. Pete bromea con algo que él no escucha e inmediatamente aparece de la nada un guarda de seguridad muh bajito gritándoles frenéticamente para que se tiraran al suelo. Todo es muy rápido, como en un sueño. Sale un hombre alto, elegante, con un terno marrón y luego otro, un guarda de seguridad, muy gordo pero bastante ágil. Él está parado sin saber qué hacer. Mira a Pete y luego al del abrigo y luego a Pete otra vez. Luego al gordo. El gordo le mira y apenas siente algo de calma pero en cuanto se fija en el del abrigo intuye que algo va rematadamente mal. Les van a liquidar allí mismo.
Geraldo, que no conoció a su padre, pensó que morir joven como él sería una manera de revivirle. Todos dirían, fíjate, el pobre chico que murió tan joven como su padre, y en un tiroteo, no más, justo como él. Muchas veces había saboreado ese amargor en la boca, era el terror. Al mismo tiempo, ya eran muchas las veces en las que había pensado que moriría. También le pasó aquel día del martillo con Frankie, el novio de su madre. Estaba harto de recibir sus palizas y aquella noche vio que era o Frankie o él, así que se puso a darle golpes enloquecidos con la herramienta hasta que las manos de Frankie dejaron poco a poco de apretarle el cuello. La madre contemplaba todo aquello casi inconsciente por el alcohol en el sofá. Les separó el vecino que llegó alarmado por los gritos. 
Geraldo ya había decidido desenfundar su pistola y disparar cuando apareció de la oscuridad más negra Frannie como un pistolero del Oeste echando fuego y humo gris por su arma recién estrenada. Vio como abatía al pequeño guarda y, en la confusión general, salió corriendo a refugiarse en un contenedor oxidado. Le dio tiempo a ver cómo caía Doop-Joe. Murió horrorizado, las primeras balas le dejaron tetraplégico en el suelo. Las siguientes le rompieron por dentro. La perplejidad inicial dio paso a la rabia y vació su pistola contra la garita donde se habían refugiado los otros dos. Silencio. Se asomó y sólo se veía humo negro suspendido sobre la escena de una batalla, con dos cuerpos tendidos, las palmas de sus manos sobre el cemento. Un disparo rompió la quietud. El humo se disipó y volvió el silencio. La puerta de la garita se abre y aparece el guarda gordo con las manos en alto diciendo que ha liquidado a Grinaud, que ya estaba, que podían salir tranquilos. Al principio no saben que hacer pero Pete se anima a salir. Camina muy despacio hacia la garita sin dejar de empuñar con su arma al gordo. Echó un rápido vistazo al interior por la estrecha portezuela y volvió a mirar. Esta vez se detuvo un momento, apuntó y disparó hacia dentro. Geraldo vio perfectametne como el interior se iluminaba en un rojo fogonazo, la cortinilla del ventanuco se estremeció para volver a su posición inicial y el cañón del arma de Pete humeaba como uno de los puros que fumaba su abuelo. Casi podía intuir el interior con aquel cadáver destrozado. Habían terminado. Sale Frannie, sale él y se acercan. Pete encañona al gordo y le dice, no necesito más socios. Entonces le dispara en la cara.
El gordo no reaccionó. Cayó como un saco y empapó con sangre densa y caliente la ropa todos. Geraldo miró a Pete y lo entendió. Entendió que Pete quería quedarse con todo el mérito, que el gordo sobraba y que él mismo no sentía nada que no fuera una inmensa paz. Los tres eran poderosos en aquellos momentos. Y él, con la cara ensangrentada y temblándole las piernas, formaba parte de todo aquello.
Las sirenas sonaban a lo lejos.  Echó una mirada al cadáver de Doop-Joe, hizo una mueca, miró al suelo y se dirigió con los otros dos muchachos al Buick. Ya había desterrado el amargor de su boca de una vez por todas.

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