domingo, 6 de noviembre de 2011

Escorias y pedaleos




La Carretera de la Ría de Bilbao viene por toda la orilla, desde Getxo a Bilbao, con la vista de Santurce, Portugalete, Sestao y Zorrozaurre enfrente. La carretera, siempre pegada a las aguas de la ría, deja Getxo atrás, para atravesar Lamiako, Leioa, Erandio, Lutxana, San Ignacio y, finalmente, Deusto, para terminar llegando a Bilbao, a la altura del Puente Euskalduna y bajo el atento cuidado del Sagrado Corazón y del Estadio de San Mamés. Una vez dejamos Getxo, con sus opulentos municipios de Neguri y Las Arenas, en ambas orillas podemos ver los restos de un naufragio postindustrial que tímidamente van reciclándose para la vida moderna (esto viene a ser, sostenible y estéticamente tolerable). El agua que discurre, arriba y abajo, por la ría, es tornasolada y politonal en general, unas veces baja turbia, ptras sube clara, es correa de transmisión de lo que ocurre en su cabecera y el Abra, que es donde se une al mar (creo que, tratándose de una ría no sería correcto utilizar "desemboca" pues, se sabe, la ría sube y baja con las mareas). De esta manera, si en el mar hay grandes olas y mareas fuertes, a pesar de estar a 10 km tierra a dentro notarás qeu las aguas andan revueltas, como embravecidas. Si llueve a cántaros y esto se une a una pleamar lo mejor es alejarse y rezar. Ya se desbordó una vez y fue terrible. Las aguas nos cuentan muchas cosas.
El que haya ido en bicicleta por allí, ocasionalmente en el fin de semana, con sus hijos o camino al trabajo, sabrá que el viento norte, incansable, siempre frecuenta la zona, apenando el pedaleo y enlentenciendo el alejarse de Bilbao, es como si te tuvieras que zafar de las garras del gigante. También sabe que queda mucho por hacer con todos esos restos (¿un carril-bici?) pero, a veces, se queda contemplando uno de esos edificios desvencijados y, en ese preciso instante, piensa: ¿Qué coño van a hacer con "eso"? No lo pueden tirar, está lleno de pasado, lleno de la Historia, lleno de la vida que vivieron mis abuelos, hombres que vinieron aquí a dejarse la piel entre carbón y hornos, entre escoria y hierro, no sería justo. Y pensar que me molestaba... Es entonces cuando sigue pedaleando, pensando en lo precario de su propio trabajo de administrativo y hablando, por primera vez en quince años, con el espíritu de su abuelo, el hombre que trajo los barcos-remolcadores a la Ría. Pero eso ya era otra historia.

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